El traqueteo del carruaje rompía el silencio de la noche mas oscura del mundo, la nieve amortiguaba el sonido y la oscuridad, y él intentaba esconder sus miedos reconociendo el pasado. Un paisaje entre la neblina despertaba momentos, tanto tiempo..., aún así todo le resultaba reconocible salvo él mismo, no sabía ni quien era escondido entre tanto dolor, entre unas arrugas y canas precoces. ¿Qué podría ofrecer?, ¿qué pretendía recuperar? Su amor, el amor de ella, fue lo único que le ayudó a sobrellevar cada segundo de reclusión, de tortura, de hambre, de frío, años de sinsentido intentando respirar sólo por ella. La guerra se lo llevó un día y le devolvía a su antojo como una marioneta rota intentando moverse con un solo hilo, se sintió como uno mas de tantos juguetes del destino, otra pieza de un puzzle sin sentido que no encajaría nunca...
Apresado y liberado a un capricho superior se dirigía a una vida hace años perdida.
Las ruedas se detuvieron de golpe y reconoció su casa, pintada de blanco, como el abeto de la entrada, como las plantas muertas y hubo de hacer un esfuerzo para no seguir hacia adelante.
Una tenue luz se escapaba de una ventana y la nieve que no cesaba se empezó a posar en su sombrero, en su abrigo negro, en sus pestañas, pero no era capaz de dar un paso. Quizás ella no era libre, tantos años para una mujer joven y guapa, ¿qué pretendía?, lo había pensado miles de veces, ¿cuánto soporta un amor?, el suyo soportó un infierno, pero ella, víctima sin buscarlo, ¿porqué habría de esperar un muerto?
Los minutos pasaban y su mente y su corazón no se ponían de acuerdo, el frío comenzó a roerle las entrañas y el corazón le pudo...
Recorrió el par de metros que le separaban del cielo o de seguir en el infierno y el silente caer de unos copos se vio roto por el golpear de una puerta y unos pasos...
La nieve y la noche fueron testigos del amor, de ese que no cree en el espacio y el tiempo, que no entiende de horrores ni de soledad, que borra las huellas por duras que sean...