Se recostó en la nube intentando ser nube otro día mas, el otoño se estaba adueñando de su ser y simplemente..., no quería. Odiaba esos árboles que se exhibían desnudos con tanta desfachatez y le recordaban la vida pura y seca sin sus adornos de colores. El color era algo que le estaba obsesionando desde hacia alguna década, su cabello se iba volviendo mas blanco, la piel mas cetrina, los pensamientos eran mas grises y el corazón menos rojo, la pasión amenazaba cada dos por tres con hacer las maletas y todavía la mantenía a base de alguna falsa promesa y algún regalo. Le gustaba Peter Pan por el simple hecho de que no crecía, la fantasía porque era la antítesis de la puñetera vida y las nubes para perderse, donde ni siquiera el otoño le encontraría.
Sonó su móvil, se evaporó la nube y cobraron vida los cuadros, las fotos, un implacable reloj, cuatros libros y las sábanas de color azul. Unas palabras, una sonrisa y la pasión en funcionamiento. Al abrir la puerta de la calle el viento otoñal le golpeó el rostro como un viejo colega, un saludo húmedo, gris y frío. Caminó por la alfombra de colores, otro regalo de su viejo amigo hasta que entre la bruma apareció ella. Otoñal, teñida, con algún color artificial de esos que ayudan a buscar la juventud perdida y bella, tremendamente bella, como son muchos ocasos antes de perderse en el horizonte y se olvidó de las nubes, de Peter, y de su miedo a ser otoño...