Eso que nunca dije, aquello que no escribí, el lienzo que no dibujé, el árbol que no planté, el abrazo que no di, los hijos que no nacieron, los sueños que ni soñé, el amante que no amé, el vestido que nunca me permití..., todo se quemó dentro.
Nací entre brasas y mi alma se hizo de fuego, mis suspiros eran llamaradas y mi gran aliado el sol, quemaba lo que tocaba y me asustó ser pasión. Reír, llorar, mirar, amar, sentir, se convertían en erupciones volcánicas cuya lava quemaba mi ser y tu ser y mil seres que me rodearan. Aprendí a jugar con el agua, a ahogarme en ella, a secar con lágrimas la fiebre, a reprimir mi alma desasosegada, a jugar a no ser para acoplarme a vivir.
Y mi piel se llenó de surcos, de pequeñas manchas, de huellas de volcanes no muertos que rugen en las entrañas, de pequeños estratos de muertes tempanas, de hebras marchitas de ideas enterradas, de olores ajenos envolviendo la raíz putrefacta.
Pero fui normal, con la dosis justa de la llama permitida, la que apenas quema nada, un clon mas entre railes, otra pira funeraria antes del adiós de la vida.