Unos viejos zapatos vaqueros, raídos por el uso y el tiempo, con sus horas de vuelo y una historia marcada en su suela gastada, unos viejos compañeros de viaje con tempranas arrugas y hebras blancas, aun me gustan, aun quiero su caricia en mi pie, no les vi viejos, ni gastados hasta que alguien me llamó la atención sobre ellos y de una manera impersonal y fría me regaló otros, póntelos y tira esos. La buena voluntad me dolió y despertó esa parte rebelde de mi alma que me hizo luchar por ellos, o por mi libertad, no sé bien. En ese momento me entraron las ganas de quitarme los zapatos, pero no exactamente esos míos, todos los zapatos, ansié poder ir descalza por el mundo y desnudarme, quitarme todo, todo lo que pudiera ser señalado, etiquetado, viejo, nuevo, moderno, pasado, bonito, feo..., todo lo que pudiera alejarse de mi, todo lo que pudiera estorbar para parecer yo, sin mas. Pero entonces me di cuenta de que mi desnudez seguiría observada por el dedo censurador y me entraron ganas de quitarme la piel, los músculos, los huesos, para parecer mas yo. Pero el precio a pagar era demasiado alto, me faltaban unos ojos para mirar y llorar, brazos y manos para acariciar, pies para caminar y bailar..., y me recoloqué de nuevo los huesos, los músculos, la piel y me vestí, para no sentir frío, para tapar la herencia del pudor tatuado en mi piel. Pero no tiré mis zapatos, ese único y personal toque de rebeldía indica que aun soy yo, mi identidad, mis viejos y raídos zapatos vaqueros aun viajan conmigo...