No sé en qué página del libro de mi vida,
¿cuento días o años ?, no sé, bueno, empezaré por presentarme, me llamo Ana y quería contar el momento mas especial de mi vida, tenía ( aquel 30 de abril, un domingo de primavera ), cómo estaba diciendo..., tenía 24 años, ese domingo estaba feliz, organicé una comida familiar y familiarmente pasé una bonita tarde, llena de paz, llena de amor y llena de ella..., nada me hacía presagiar, hasta bien entrada la noche, que la luna me traería de su mano la sorpresa..., por supuesto que era una sorpresa esperada y querida, pero no en ese momento..., perdida en mi casa..., vete a saber haciendo qué o perdida en mis pensamientos, muy típico en mi, un relámpago interno quiso partir en dos mi cuerpo y el trueno fue mi grito de dolor, fueron unos escasos segundos, los suficientes para alertar a la persona que compartía mi vida y mi ilusión... Paco, pensé que era algo pasajero, una ligera tormenta de verano, pero no..., de nuevo y con mas intensidad el dolor y unas palabras que yo no decía pero pensaba me llegaron a través de Paco..., " Ya está aquí, está llegando ", esas palabras resonaban en mi mente mientras echaba un vistazo al cuco de volantes rosados, a esa habitación ya con algún muñequito que esperaba el eco de su llanto o su sonrisa para sentirse con vida. Con prisa y sin pausa, ( todo el que me conoce sabe lo acelerada que soy ), y con la tormenta interior cada mas borrascosa, me embutí en el peto vaquero que le protegió durante varios meses y cerrando la puerta de casa bajé las empinadas escaleras, esas que aterrorizaban a mi madre, con la ilusión de poder decirte al oído esas palabras que a diario te dedicaba a través de la frontera de mi piel... Ahora, como anécdota debo contar que aunque yo sabía que ya venías, lo mismo que siempre supe que eras una niña, con esa intuición que sólo una madre sabe, en el centro hospitalario y debido a mi aspecto erguido, a esos tacones con los que siempre caminé tan derecha a pesar del dolor y del voluminoso vientre, no querían aceptarme aun como inquilina y tuve que insistir para conseguir la admisión bajo amenaza de quedarme ingresada todo el tiempo hasta que por fin llegaras, según ellos aun faltaba mucho..., qué equivocados estaban, según llegué a la habitación un torrente de aguas turbias se desbocó entre mis piernas y de ahí en adelante la tormenta crecío y crecío incesante intentando romper mi cuerpo que desobediente a mi mente no te dejaba salir, la batalla duró toda una noche en la soledad de un box, de aquella no se consideraba tan importante la presencia de alguien querido dándote una mano, otro gran error, mi compañía era mi ilusión, mis ganas de ver, de sentir, de tocar, de besar ese pequeño ser dentro de mi ser que había hecho tan grande mi mundo. Hay días que no se olvidan, horas que no se olvidan, olores que no se olvidan, imágenes impresas a fuego por siempre en la retina...A las siete y veinticinco de la mañana de aquel soleado uno de mayo vio la luz y yo le vi por primera vez, Esther, su cuerpo desnudo se aferraba a mi desnudo vientre, y yo acariciaba sus redondos bracitos, su espalda, sus orejitas, mientras la fuente de sentimientos se derramaba en lágrimas de emoción, bautizando el momento. Alguien rompió el cordón umbilical, el físico, ese trocito de carne que durante meses nos unió, sólo para dejar mas libre ese otro que no se puede ver con los ojos, que no entiende de distancias, ni de edades, que sólo sentimos tu y yo.
A mi hija Esther, lo mejor que ha sucedido en mi vida...