6 diciembre 2014
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10:02
Te encontré sin adornos, con tu fría piel de mármol mas fría de lo normal, no puse cara a tu nombre, no te conozco ni antes ni ahora, nadie me ha hablado de ti, sólo cuatro datos tatuados intentan no olvidar el olvido. Me pregunté cómo eras, cómo hablabas, qué sentías, qué soñabas, si todavía estarías ahí sentado en ese momento riéndote de mis cosas e intentando susurrarme tu presencia. Una repentina ráfaga de viento levantó unas cuantas hojas muertas que danzaron ante mis ojos para morir de nuevo. Acaricié tu lomo helado y pensé, ¡ qué solos se quedan los muertos !
No me molestó el silencio, a veces dice mas que las palabras, me limité a sentir, me limité a pensar, me limité a mirar y dejé caer una lágrima, me pareció que alguien me la recogía pues desapareció enseguida. Hablamos mucho, fue un discurso mudo sobre la muerte y sobre la vida y al final agradeciste mi visita y yo tu compañía ausente.
Antes de irme, miré a tu alrededor buscando un regalo de despedida y decidí delinquir por ti, pero me arrepentí y pedí permiso a otro desconocido para regalarte una flor, elegí un clavel rosa que con delicadeza deslicé donde imaginé tu corazón, junto con un beso perdido en el viento y sin mas te dije adiós.
Me quedé parada unos segundos en la verja antes de irme del todo, esperaba una señal, un escalofrío, escuchar una palabra perdida entre las hojas secas, pero nada, ni siquiera pude imaginarla y me quedé con la verdad desnuda, con mi mente inquieta y con ese corazón loco y poeta al que intento atar tantas veces y casi siempre se revela.