Las viñas se removieron y la tierra tembló, el cielo, un día antes gris, lloró tu ausencia. Te fuiste lleno de amor y de flores para sembrar un jardín en tu nuevo reino, te fuiste, pero sólo de sangre y de cuerpo.
A mí en tan poquito tiempo me quedó tu primera sonrisa aquel día de verano y tu generosa mirada siempre, me quedó tu recuerdo en las palabras de tu mujer y tus hijos y en sus lágrimas vi al sembrador de amor y me dio pena no haber tenido mas tiempo.
Ayer paseé y vi las viñas de luto y vi llorar un huerto, intenté consolarles pero el viento me enmudeció y entendí que era un último agradecimiento, un adiós o un hasta luego, en cierto modo esperan de nuevo una cálida caricia sin mano, otra conversación sin voz al universo impresa en un tronco retorcido, en una raíz, en una estrella, en un último beso lanzado al viento.
Estás sin estar, como sólo están los que dejan una gran huella en este duro cemento y tu recuerdo y tu nombre, Císimo, seguirán tatuados a fuego en esa tierra que amaste y en esos corazones que tuvieron el privilegio de compartir tu verdad y tu vida...
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