Acerca de la felicidad y esas cosas.
Comienzo mi jornada laboral. Como todo el mundo sabe soy camarera de pisos y como todo el mundo sabe es un trabajo duro por definición. Casi todos los trabajos son duros de entrada, suponen una obligación de horarios, de acciones. Sin embargo me siento feliz, ¿por qué?, no lo sé bien, sin embargo así me siento. Un día el director del hotel me preguntó, Ana, ¿tú realmente eres feliz o lo disimulas?, quizás soy un desconcierto para mucha gente, lo normal es el cabreo de vez en cuando y la mala hostia por alguna situación, en mí eso se reduce a pequeños momentos, que se evaporan con facilidad, es actitud me digo a mi misma y contesto cuando se cuestionan mi eterna sonrisa. Pero no es algo impuesto, sonrisa como norma, es algo natural ganado en la batalla de esta vida. Siempre he sido alegre es verdad, pero no siempre feliz ni optimista. Tuve un tiempo en que el victimismo me acompañaba, me encantaba compartir la oscuridad de mi mundo, qué triste y que resultados tan nefastos, cuánto veneno compartido. No sé cuándo di el vuelco, quizás en uno de los tantos momentos en que me tocó resurgir, volver a nacer, reinventarme, y hacerme como realmente quería ser, alegre y feliz.
Como decía, comienzo mi jornada laboral, estoy en Ibiza, hace calor, desde el primer momento mi piel se cubre de esa agua que se escapa de mí con los primeros movimientos, un sudor muy diferente del de esos turistas que disfrutan el hotel que con mis compañeras limpio. La dignidad y el orgullo personal no son fáciles de conseguir, puesto que se asocian con valores y los valores de este momento social no son muy favorables para el proletariado. Yo he experimentado la reacción a la respuesta de ¿en qué trabajas?, ahhhh, vale, bueno, por lo menos trabajas y tienes que intentar evitar esa sensación de empequeñecimiento que la persona te trasmite. Las palabras a veces son como martillazos que te hunden, te hunden, algo etéreo, sin peso molecular, pueden ser como una patada en las costillas, como un disparo al corazón y matar el instante más maravilloso. Un día escuché a una psicóloga, en el discurso de graduación de mi hija, hablar acerca de poner tiritas para el alma, me encantó, pero luego pensé que a veces una tirita es poca cosa, quizás necesitamos un escudo antiimproperios y palabras como dagas. Yo aún no sé cómo conseguir el escudo, todavía noto las heridas y los golpes, simplemente he aprendido a curarlas, a poner tiritas y seguir caminando llena de remiendos y sonreír a la vida.
Continúo con mi trabajo, las gotas de sudor me acompañan durante toda la jornada, pero son gotas compartidas con ese grupo de mujeres luchadoras que la vida me ha dado oportunidad de conocer y a las que he aprendido a valorar y a querer, las verdaderas guerreras del hotel. Treinta y tantas mujeres de todas las edades y nacionalidades, todas diferentes e iguales, una legión de luchadoras, armadas con productos de limpieza, fortaleza y ganas de hacer su trabajo lo mejor posible, y me siento orgullosa de formar parte de ellas. Para mi es el sudor mejor sudado que he tenido nunca y compartirlo con ellas un honor, esas son las verdaderas mujeres, las que día a día luchan por su vida y las de sus familias y están bellas, con ese uniforme, despeinadas por el sudor y el trabajo, con los trapos colgando del bolsillo y casi siempre una sonrisa en la boca cuando acaban esa jornada de auténtico esfuerzo y sienten que otro día más lo han conseguido y yo me siento feliz de formar parte de ellas, no quisiera en ese momento nada diferente más que estar a la altura de ellas y sentirme feliz como me siento.
Acerca de la felicidad y esas cosas.
Comienzo mi jornada laboral. Como todo el mundo sabe soy camarera de pisos y como todo el mundo sabe es un trabajo duro por definición. Casi todos los trabajos son duros de entrada, suponen una obligación de horarios, de acciones. Sin embargo me siento feliz, ¿por qué?, no lo sé bien, sin embargo así me siento. Un día el director del hotel me preguntó, Ana, ¿tú realmente eres feliz o lo disimulas?, quizás soy un desconcierto para mucha gente, lo normal es el cabreo de vez en cuando y la mala hostia por alguna situación, en mí eso se reduce a pequeños momentos, que se evaporan con facilidad, es actitud me digo a mi misma y contesto cuando se cuestionan mi eterna sonrisa. Pero no es algo impuesto, sonrisa como norma, es algo natural ganado en la batalla de esta vida. Siempre he sido alegre es verdad, pero no siempre feliz ni optimista. Tuve un tiempo en que el victimismo me acompañaba, me encantaba compartir la oscuridad de mi mundo, qué triste y que resultados tan nefastos, cuánto veneno compartido. No sé cuándo di el vuelco, quizás en uno de los tantos momentos en que me tocó resurgir, volver a nacer, reinventarme, y hacerme como realmente quería ser, alegre y feliz.
Como decía, comienzo mi jornada laboral, estoy en Ibiza, hace calor, desde el primer momento mi piel se cubre de esa agua que se escapa de mí con los primeros movimientos, un sudor muy diferente del de esos turistas que disfrutan el hotel que con mis compañeras limpio. La dignidad y el orgullo personal no son fáciles de conseguir, puesto que se asocian con valores y los valores de este momento social no son muy favorables para el proletariado. Yo he experimentado la reacción a la respuesta de ¿en qué trabajas?, ahhhh, vale, bueno, por lo menos trabajas y tienes que intentar evitar esa sensación de empequeñecimiento que la persona te trasmite. Las palabras a veces son como martillazos que te hunden, te hunden, algo etéreo, sin peso molecular, pueden ser como una patada en las costillas, como un disparo al corazón y matar el instante más maravilloso. Un día escuché a una psicóloga, en el discurso de graduación de mi hija, hablar acerca de poner tiritas para el alma, me encantó, pero luego pensé que a veces una tirita es poca cosa, quizás necesitamos un escudo antiimproperios y palabras como dagas. Yo aún no sé cómo conseguir el escudo, todavía noto las heridas y los golpes, simplemente he aprendido a curarlas, a poner tiritas y seguir caminando llena de remiendos y sonreír a la vida.
Continúo con mi trabajo, las gotas de sudor me acompañan durante toda la jornada, pero son gotas compartidas con ese grupo de mujeres luchadoras que la vida me ha dado oportunidad de conocer y a las que he aprendido a valorar y a querer, las verdaderas guerreras del hotel. Treinta y tantas mujeres de todas las edades y nacionalidades, todas diferentes e iguales, una legión de luchadoras, armadas con productos de limpieza, fortaleza y ganas de hacer su trabajo lo mejor posible, y me siento orgullosa de formar parte de ellas. Para mi es el sudor mejor sudado que he tenido nunca y compartirlo con ellas un honor, esas son las verdaderas mujeres, las que día a día luchan por su vida y las de sus familias y están bellas, con ese uniforme, despeinadas por el sudor y el trabajo, con los trapos colgando del bolsillo y casi siempre una sonrisa en la boca cuando acaban esa jornada de auténtico esfuerzo y sienten que otro día más lo han conseguido y yo me siento feliz de formar parte de ellas, no quisiera en ese momento nada diferente más que estar a la altura de ellas y sentirme feliz como me siento.